El día después de una búsqueda siempre es el más difícil. Juan Heredia lo sabe bien. “No duermo por tres noches”, confiesa el buzo. Sin embargo, vuelve. Siempre vuelve a sumergirse en los ríos o lagos. No busca objetos. Trata de encontrar a quienes entraron al agua y no salieron. Busca un nombre, una historia, un cuerpo que alguien todavía está esperando para despedirse. Lo hace por quienes aguardan del otro lado: una madre, un hijo, un hermano.
Lo siente como una misión. Es una promesa silenciosa. Este tucumano, que se enamoró del buceo cuando era muy chico y salía a pescar con su papá, es considerado un verdadero héroe en la ciudad de Stockton, California, donde vive junto a su familia y ha formado un grupo llamado Angels Recovery Dive Team. La organización, que opera con voluntarios y donaciones, ha realizado cerca de 20 búsquedas y ha logrado recuperar 12 cuerpos en poco más de un año.
Juan tiene 53 años. Nació y se crió en San Miguel de Tucumán. Empezó a bucear en los 90, en El Cadillal, en el río Loro y en El Mollar, recuerda. Se certificó como instructor en 1996 y abrió una escuela de buceo en nuestra provincia. Partió dos años después, en busca de nuevos horizontes, primero a México y luego a EEUU. Hoy está instalado en este país del norte, donde vive junto a sus hijos, Matías (24 años) y Camila (22). Trabaja con su esposa Mercedes (51) en bienes raíces. Sin embargo, su verdadera vocación, según reconoce, está bajo en agua.
Su tarea como buzo de rescate generalmente comienza cuando las autoridades suspenden las búsquedas y las familias, desesperadas, le piden ayuda. Entonces, él prepara sus cuatro tanques de oxígeno, revisa su equipo y se despide de su esposa con un beso. Ella lo bendice y le pide a la Virgen de Guadalupe que lo cuide. Porque cada inmersión es un riesgo.
Previo a un operativo, suele pedir una foto de la persona que va a buscar. Y antes de sumergirse, le habla: “le digo: por favor, te tengo que encontrar. ¿Dónde estás?”.
El comienzo
Juan, a quien lo reconocen como el “rescatador de ángeles”, cuenta que todo comenzó hace 15 meses, en la ciudad donde vive. “Un adolescente había desaparecido al cruzar un río. Las autoridades lo buscaron seis días con helicópteros, sonares, drones, buzos… y se rindieron. Se estima que gastaron U$S 20.000 por día”, detalla.
Heredia estaba en plena jornada laboral cuando escuchó en los medios locales a la madre del joven, que estaba angustiada y pedía ayuda para encontrar a su hijo. Fue en ese instante cuando algo se encendió, cuenta Juan. Fue un impulso profundo, una necesidad que no pudo ignorar. No se trataba solamente de compasión. Era vocación. “Mirá, no soy mejor buceador que nadie”, dijo con honestidad. “Pero tenía que ir. Tenía que intentar ayudar a esa madre”, recuerda.
Lo que siguió no fue una simple búsqueda. Fue un acto de fe, reconoce. Antes de entrar al agua, la mamá del muchacho extraviado le contó dónde creía que podría estar su hijo. Confió en ese instinto de madre. “En 30 minutos lo encontré, con un equipo viejo que traje de Tucumán hace 25 años”, rememora. Después de eso, las autoridades lo reconocieron como “héroe de Stockton” y le entregaron la Llave de la Ciudad.
A partir de ahí, se ha dedicado a recuperar personas que se ahogaron en ríos o lagos de EEUU. Desde entonces, encontró 12 almas en el fondo del agua. De todas ellas se acuerda. De otras también. Por ejemplo, tiene grabada a fuego la primera vez que le tocó sacar un cuerpo de las profundidades. Fue hace más de 28 años, en nuestra provincia, en el río Loro. “Su cuerpo, su olor, todavía no me puedo olvidar de eso. Recuerdo que había salido una nota grande en LA GACETA”, rememora en contacto con nuestro diario a través de WhatsApp.
La semana pasada, mientras otros equipos se retiraban de la búsqueda de tres personas perdidas en la zona de una cascada -al norte de California- Juan caminó tres horas con el tobillo lesionado y se zambulló en aguas heladas, donde logró localizar los cuerpos.
“Uso todo lo que sé para eso, para que alguien pueda despedirse de un ser querido”, insiste. A veces encuentra. A veces no. Pero siempre lo intenta. Y cuando regresa a casa, mojado, exhausto, con el corazón apretado, él respira hondo, mira al cielo, y dice en voz baja: “que nunca me falte el valor para volver a intentarlo.”
- Contanos cómo empezó tu pasión por el buceo.
- Nací en San Miguel de Tucumán el 17 de abril de 1972. Tengo un hermano gemelo que se llama Carlos. Mi amor por el buceo nació cuando íbamos a pescar con mi papá y mis hermanos. Cada vez que se enganchaba el anzuelo en el fondo, había que bajar a sacarlo para no gastar en comprar más. Así empezó todo. Después hice mi primer curso de buceo en la Escuela de Educación Física, en el Parque 9 de Julio.
- ¿Por qué decidiste irte de la provincia?
- En 1996 me fui a vivir unos meses a Utila, Honduras, donde tomé varios cursos de buceo. De ahí viajé a Key Largo, Florida (EEUU) para rendir el examen y recibirme de instructor. Regresé a Tucumán y abrí mi propia escuela de buceo, en La Rioja 49, donde viví parte de mi adolescencia. En 1998-99 me fui a enseñar buceo a Playa del Carmen, México, y en 2000 entré a Estados Unidos con la idea de aprender inglés y enseñar buceo a la comunidad latina. En Tucumán, trabajaba en el ex Banco Municipal; me habían seleccionado entre varios postulantes. Pero mi pasión por el buceo me llevó a buscar otros horizontes. Mi madre (Mafalda) lloraba cuando dejé el banco; fue muy difícil tomar esa decisión.
- ¿Qué cosas de lo vivido en Tucumán creés que te marcaron en tu carrera?
- Lo que más me marcó en el buceo fue El Cadillal y el río Loro. Siempre sentí atracción por el agua. Vi muchas familias llorar en las orillas, esperando que las autoridades encuentren a sus seres queridos.
- ¿Cómo fue tu llegada a EE.UU. y la conformación del grupo de rescate?
- Al llegar enseñé buceo a la comunidad latina, porque no hablaba inglés. Luego les enseñé a mis hijos, desde muy chicos. Al principio era solo por placer y pesca submarina, pero desde hace 15 meses todo cambió: hoy nos dedicamos a recuperar hijos e hijas que se ahogaron. Al principio los gastos salían de mi bolsillo, y hace 10 meses formamos una organización sin fines de lucro para poder recibir donaciones y ayudar a más familias. Jamás cobro por buscar a alguien.
- ¿Cómo es la preparación para un rescate y qué cosas son fundamentales para vos?
- Hoy en día sólo voy a buscar cuando me llama un familiar, no cuando lo veo en las noticias. Al principio iba por mi cuenta, pero las autoridades se empezaron a poner agresivas porque los dejaba mal parados: ellos con toda la tecnología no encontraban nada, y yo con una máscara y unas aletas, sí. Cuando el familiar me contacta, le pido una foto. Esa imagen la grabo en mi mente. Cuando encuentro a la víctima, no veo lo que encontré, veo la foto. Así es como yo busco: no cadáveres, sino hijos vivos en mi memoria.
- ¿Cada hallazgo tiene un impacto emocional fuerte en tu vida? ¿Cómo hacés para superarlo?
- El impacto emocional es muy fuerte. El agua, junto con el fuego, es lo que más daño le hace a un cuerpo. Muchas veces me topo con la víctima de golpe, a centímetros, sin preparación. Ese día tengo adrenalina, pero cuando vuelvo a casa no duermo por tres o cuatro días. Siempre digo: “ya no quiero seguir haciendo esto”, y mi esposa me contesta: “eso dijiste con el primero, y ya llevás 12”.
- ¿A veces enfrentás situaciones muy peligrosas? ¿Por qué te arriesgás por esta causa?
- Sé que para muchos no tiene sentido arriesgar la vida si la persona ya está muerta. Pero para mí, sí. Subir al cerro San Javier también es riesgoso, pero si lo hacés para aliviar el dolor de una madre, entonces tiene sentido. Todos corremos riesgos. Yo elijo correrlos por otros.
- ¿Cómo es trabajar en un país donde cuentan con mucha preparación y tecnología?
- Tienen la mejor tecnología para rescates y hay muchos voluntarios y personal entrenado, pero hay muy poca experiencia buscando personas ahogadas. En febrero, en Oregón, recuperé a un bebé llamado Dane. El FBI, buzos y más de 200 personas lo buscaron durante 10 días. Yo lo encontré en dos horas. Pienso que me sirvió el haber podido entrenar en aguas con poca visibilidad, como El Cadillal y el río Loro.
- ¿Qué desafíos te quedan como pendientes?
- El desafío más grande que tengo es formar buzos que sigan con mi antorcha cuando yo ya no esté. El corazón y la pasión no se enseñan, y esto requiere mucho de ambos.
- ¿Te gustaría alguna vez volver a vivir a Tucumán?
- Trato de volver a Tucumán todos los años a visitar a mi madre. Claro que me gustaría volver a vivir allá: hablar mi idioma, vivir nuestras costumbres, respirar los naranjos en flor y sentarme en algún bar de la peatonal los sábados a la mañana a leer LA GACETA con un café en la mano.
- ¿Qué significó el reconocimiento que te hicieron recientemente en California?
- Recibí varios reconocimientos a nivel estatal y nacional. La Ciudad de Stockton nunca había dado la Llave de la Ciudad a un héroe. También me reconocieron en el Congreso y un programa de aquí me hizo un documental que salió a nivel mundial. Lo que me llena de orgullo es representar a la comunidad latina en un país anglosajón.
- ¿Recordás cuál fue tu primer rescate?
- Mi primer rescate fue en el río Loro. Se acababa de ahogar un joven de apellido Segura, de unos 19 o 20 años, delgado, de pelo largo. Los bomberos estaban ahí, pero no se animaron a entrar. Les pedí una máscara y unas aletas, y me metí. Lo encontré y lo llevé a la superficie. Ese día me marcó para siempre. Todavía escucho el llanto de sus familiares.
Historias inolvidables
Xavier, Brenda, Bree, Tommy, Gabriel, Wesley, Chris, Dane, Oliver, Little Matt, Big Matt y Valentino. Recuerda cada nombre de las personas que rescató. “No son números. No son casos. Son parte de mí; los llevo siempre conmigo. No quiero olvidarlos. No debo”, sostiene Juan.
De los recientes rescates, hubo dos que le impactaron. El de una madre joven se había arrojado al río para intentar salvar a dos niñas. Aunque ellas lograron sobrevivir, la mamá no pudo salir.
Sus hijos lo acompañaron en esa misión, que se extendió por cuatro horas, enfrentando corrientes fuertes y visibilidad casi nula. Hasta que, finalmente, hallaron el cuerpo. “No sé cómo explicarlo. Sentí que algo me llevaba hacia ella”, contó conmovido.
Hubo otra búsqueda que marcó un antes y un después para este tucumano: el caso del pequeño Dane, de dos años, quien desapareció de su casa en Oregón, cerca de un río. Sin testigos y con pocas pruebas, la búsqueda masiva abarcó tierra y agua, sin encontrar pistas. Juan lo buscó durante dos horas en aguas oscuras y peligrosas hasta que encontró el cuerpo. El buzo reconoce que el caso le rompió el corazón. “Ese niño se me quedó grabado en el alma. Todavía sueño con él y a veces siento que me acompaña”, cuenta.
Su teléfono no para de sonar. Lo llaman desde distintos puntos de California, y desde todo el país familias desesperadas por encontrar a sus seres queridos. Según datos oficiales, más de 4.000 personas mueren ahogadas cada año en Estados Unidos.
La organización que fundó (Diver Juan Heredia, en Facebook) tiene cada vez más seguidores y reciben muchas donaciones para cubrir gastos en equipos de buceo, transporte y alojamiento, entre otras cosas. Pero Juan insiste en que esto no se trata de dinero, sino de dar paz a una familia.